domingo, 10 de mayo de 2009

Una rumba de colores


Después de una noche de tragos por las cercanías de la Gran Vía con nuevos pero buenos amigos, camino solo en la madrugada por la acostumbrada calle de Fuencarral, durante 10 de los 22 minutos que me conducen a mi casa, ubicada por Santa Engracia.


Fuencarral, calle de tiendas de ropa y cafés vespertinos, es también sede esporádica de festivales de teatro y música al aire libre, aunque su atractivo cotidiano es el de poseer un movimiento nocturno singular, ya que hace las veces de frontera imaginaria entre el barrio de Malasaña a la izquierda, cuna de la movida madrileña, y a su derecha, Chueca, el peculiar barrio de las libertades sexuales.


En su recorrido me encuentro desde un par de ebrios vestidos de etiqueta, un trío de suecas deschavetadas, estudiantes Erasmus redescubriendo España, exhuberantes y fotografiables travestis, rasgos multiraciales por doquier y mucha, pero mucha juventud predispuesta a seguir con el 'botellón' en las inmediaciones de la plaza de San Idelfonso. Botellón que me recuerda las recurrentes reuniones de hace unos años con amigos y botellas por las plazas cruceñas.

Fuencarral en un festival callejero de música

A esas horas de la noche, ya nada importa. "Celveza a un Eulo, Celveza" repiten los chinos en cada esquina, con su mercancía ilegal de cervezas, chocolates y alguna que otra comida para saciar el hambre del amanecer.

Las prostitutas ofrecen masajes dos por uno mientras un grupo de viajeros turcos vitoreaba el nombre de Estambul. Me cruzo con una pareja que camina en sentido contrario, y tras el intercambio visual, ella me toma por sorpresa al decirme "¡soy su putita.. y qué!" por lo que sólo atino a regalarles una improvisada carcajada.


Más adelante, me encuentro con un grupo de canarios (no los pájaros si no originarios de las Canarias, las islas...) quienes me preguntan donde podían seguir de marcha, al reconocer mi acento claramente latinoamericano, aprovechan el estado eufórico del alcohol para congraciarse conmigo, me ponen al tanto del gran afluente cultural que representa Latinoamérica para las Canarias, principalmente por parte de Venezuela, que cuenta con una gran colonia en Tenerife, después me presentan a sus amigas, unas guapas colombianas, y me invitan a seguir la noche con ellos. Desistí de la invitación y me despedí, no sin antes recibir correos e invitaciones para visitar las Islas.


Y es que Fuencarral guarda mucho de las fílmicas extravagancias de Madrid, una ciudad diversa y amigable, protagonista en el teatro del mundo del siglo 21, una verdadera rumba de colores... porque casi nadie es de Madrid, y a su vez, todos ya somos.